Lo que fotografías y lo que compartes públicamente no es necesariamente lo mismo. Hablando éticamente, un fotoperiodista debe fotografiar a su sujeto de tal manera que presente el tema tal como es. La fotografía no debe manipularse de ninguna manera que cambie materialmente la imagen de lo que fue fotografiado.
Las imágenes que se hacen para documentar una guerra pueden incluir todos los aspectos, desde lo mundano hasta lo emocionalmente cargado; desde la simple representación de lo pacífico hasta el horror absoluto de las heridas y la muerte. Lo que se publique para consumo público será moderado con respecto a la audiencia y la intención del editor.
Dicho todo esto, el comportamiento ético de un fotógrafo se ve afectado por su sesgo personal y el sesgo de aquellos para quienes trabaja. Para complicar aún más el problema, la “honestidad” inherente a cualquier fotografía es también un reflejo de la perspectiva del fotógrafo como observador.
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Por ejemplo, dos fotógrafos que disparan al mismo sujeto, una casa bajo ataque, pueden obtener fotografías completamente diferentes y no necesariamente consistentes porque están parados en lados opuestos de esa casa.
Además, la capacidad de un fotógrafo para fotografiar con precisión un conflicto se ve afectada por el acceso. Las partes beligerantes, por ejemplo, a menudo limitan el acceso a áreas que no quieren documentar.
Éticamente, un fotoperiodista hará todo lo posible para representar lo que dispara de manera justa.